RIOS DE SANGRE
Anteayer tuve un sueño magnífico.
Aunque parándome un tiempo para pensar y agarrándome al tiempo que ahora me
corre, fue más bien horripilante. En el sueño no era más que el comandante
general y por encima de mí solo estaba Dios. ¡Uy! perdón, he dicho Dios, y lo
que quería decir era el Gran Tejedor… La batalla fue sangrienta, pero los dos
bandos llevaban su razón, y sólo Alá, ¡Uy!, perdón, quería decir el Gran
Tejedor, estaba de parte del bando ganador. Éramos uno contra cien en rencor,
pero Dios, ¡coño otra vez!, el Gran Tejedor estaba a nuestro favor.
Lanzadas las órdenes a generales
y arengas a ejércitos, la batalla comenzó. Quiso Dios, ¡ay!, perdón, el Gran Tejedor,
que el sol deslumbrase para nuestro favor. La batalla fue sangrienta y siempre
para nuestra defensa. En el sueño dirigía el combate en primera línea de horror,
flanqueado por mis alfiles tanto diestros como siniestros, y sobre mi caballo
redentor atravesé las líneas que nos asustan pero que a la vez nos dan valor.
La batalla fue piramidal, sangrienta y abismal. Las dos torres empujaron al
unísono y por igual, y llegó el momento que mis legiones adelantaron mis
adentros diezmando a diestro y siniestro hasta que en fuerzas equiparadas, el
enemigo salió huyendo sin ver que una caballería andante le impedía tal
retroceso. Esa fue su aniquilación, el no prever su rey que en los montes
lejanos una de mis compañías esperaban esos momentos cercanos.
En el monte, en las laderas, la
sangre corría a raudales. Los ríos teñidos lloraban y madres y mujeres de carnales, horrorizadas,
gritaban.
Finalizada la contienda, bajé de
mi montura y quitándome la armadura hecha por vulcano, dios de la envoltura, desnudo,
en los ríos teñidos de sangre me bañé y surgiendo encarnado grité;
“He vencido con tu ayuda, pero
lloro mi ira y tu diablura, ¡Oh, gran hermosura! Violento señor, Señor de la guerra y reservado por añadidura.
Puedo ser peón o rey de reyes con los pies en la tierra, pero no entiendo lo de
esta contienda que nos enfrenta a hermanos por juegos divinos para ganar reinos de polvos
anodinos… Ahora comprendo, ¡Oh, Gran Tejedor!, que esto sólo es una treta, en
la cual nos dejas jugar, amar o matar y llorar hasta que aprendamos a dirigir
nuestra verdadera libertad”.
En Montilla a 2 de
abril de 2018
José María Aguilar
Castro
Publicado en la revista de "La Corredera" julio 2018