martes, 17 de marzo de 2020

69.- La caja





A
quel domingo caluroso, almorzamos en un restaurante cercano con unos familiares que nos habían invitado. Cuando llegamos a casa nos sentamos Sangara y yo en el salón para reposar el almuerzo y ver una pequeña ración de televisión. Estaban dando las noticias y hablaban de un conflicto reciente.
            – ¡Madre mía! –exclamó Sangara preocupada. – Esos son los del país de la tierra del gran oso, que se han liado.
            – Sí, llevan ya unos cuantos días pegándose palos, por no sé qué historias. –le confirmé, ya que veía pocas noticias últimamente.
            Terminamos de ver la televisión y Sangara se fue a hacer sus cosas, mientras yo daba un rato de escritura. A la media hora de estar enfrascado con el ordenador me llegó Sangara de nuevo.
            – Velgar, ¿tú qué sabes de la Caja de Pandora? –me preguntó, inquieta.
            Dejé lo que estaba haciendo y la miré.
            – Lo que tengo entendido sobre el tema es que era una caja que los Dioses le regalaron a Pandora, advirtiéndole que no la abriera. Pero le pudo más la curiosidad y cuando la abrió se repartieron todos los males por el mundo. Intentó cerrarla de nuevo, pero tan sólo quedo dentro la Esperanza. Es mitología griega… Ya sabes, las pruebas de los dioses. –le dije haciendo memoria. – ¿Por qué me preguntas eso? –pregunté intrigado.
            – Porque está aquí Leonardo, y no para de decirme; – ¡La Caja de Pandora,… la Caja de Pandora!
            – ¿¡¡El gran Leonardo da Vinci está aquí!!? –le pregunté sobrecogido.
            – Hola… ¿Cómo está usted? –me peguntó una voz diferente.
            – ¿¡Leonardo!? –pregunté impresionado.
            – No me he podido resistir y he venido a ver a la Reina. –me explicó.
            ¡Estaba hablando directamente con ese gran genio, yo, Velgar, no me lo podía creer!
            – La Reina estaba preocupada con esa noticia que ha escuchado. –empezó a contarme. – Por eso he bajado. La Caja de Pandora es una caja que yo construí en mis tiempos, y en la que oculté siete pliegos. –me informó. – Todavía no han descubierto el misterio que contiene. –me reveló.
            – ¿Y qué misterio es ese, señor? –le pregunté respetuosamente, y sobrecogido.
            – En ellos escribí los siete sellos del apocalipsis. Yo en vida, me elevé como ella, también hasta lo más Sagrado, y por eso dejé tanto trabajo hecho. Uno de mis trabajos fue ese… –me reveló. – También siguen elucubrando sobre quién es la Gioconda. Aún no lo han descubierto.
            – Me parece que Napoleón también estaba enamorado de ese cuadro tuyo. Lo puso en su estancia privada y se le iban las horas admirándolo embobado. ¿No es cierto?
            – Sí. Él también sabía muchas cosas, como yo. La Gioconda no era la lecherita, como decían algunos…, es Sangara.
            – ¿¡¡Sangara!!? –pregunté atónito.
            – Sí, en él dejé escrito que ella bajaría a la tierra, por estas fechas, se elevaría a lo más alto de lo Sagrado, y dejaría escrito el devenir. –me reveló. – He bajado a informaros que el primer sello se ha roto. –me soltó de sopetón.
            – ¿¡¡¡ El primer sello del apocalipsis!!!? –pregunté, mientras un escalofrío me recorría el cuerpo.
            – Sí… Ella también lo tiene pintado en su cuadro de la virgen del país de la tierra del gran oso. –siguió contándome.
            Leonardo, cambió su voz hacia un tono más grave, y articulando las palabras más despacio, me reveló pausadamente.
            – El primer sello, son las guerras. El hambre de ese pueblo lo llevará a querer invadir otros territorios. Las naciones se unirán contra ellos, y se iniciará la tercera guerra… los que tienen para comer, no se preocupan de los que pasan hambre. –me dijo.
            – El segundo sello, son las epidemias que vendrán a consecuencia de la guerra.
            – El tercer sello, es la peste que seguirá a esas epidemias.
            – El cuarto sello, es la sequía.
            – El quinto sello, es el hambre que pasará la humanidad.
            – El sexto sello, es una enfermedad llamada sida, que debido al caos reinante, se propagará por todo el mundo, diezmando la población.
            – El séptimo sello, encerrará los seis anteriores.
            Cuando terminó su letanía, que escuché boquiabierto y petrificado, le pregunté;
            – ¿Nostradamus también habló de todo eso, verdad?
            – Sí, él también dejó escrito mucho del devenir de la humanidad. Todavía no han conseguido descifrarlo todo… No debéis sentiros afligidos por todo esto, ya estaba escrito. Y no debéis atemorizaros por nada. No os pasará nada. Bueno, yo me marcho. Ha sido un placer conocerlo… Cuidadme a esta bella mujer.
            – La cuidaremos, no se preocupe. Adiós Leonardo, para mí también ha sido un placer.
            Sangara volvió a reencarnar su cuerpo, y nos quedamos mirándonos un buen rato, sin mediar palabra, hasta que Sangara me dijo;
            – Yo ya no me aflijo por nada. Ya has visto como se porta la gente conmigo. ¡Allá ellos con lo que hagan! ¿A ti te preocupa todo esto, Velgar? –terminó preguntándome.
            – Cada vez menos. Han perdido todos la fe, y como a dicho Leonardo, los que tienen para comer no les importa nada que los demás no coman, y siguen actuando mal. Además, si ya estaba escrito, ¿cómo vamos a poder cambiarlo nosotros? –le pregunté.
            – La verdad es que ahora mismo no lo sé.
            – Y, si pudiésemos cambiar algo, ¿haríamos bien en hacerlo? Ten en cuenta que si eso está escrito será por algo. Ya estaban avisados y han seguido actuando mal. Si se les quita sin pagarlo, ellos ni se enteran ni lo agradecen, y podrían seguir igual o peor… Bueno ya veremos más adelante si podemos hacer algo por remediarlo. De momento para que preocuparnos. 
            Me senté delante del ordenador, e introduje en el buscador el nombre del famoso cuadro. Cuando abrí la imagen le dije a Sangara, que estaba allí conmigo.
            – ¡Qué quieres que te diga, ahora estás más guapa, que como te pintó Leonardo!... ¿¡Así que por eso no te quisiste acercar al cuadro, la vez que estuvimos allí, no!? –le pregunté, recordando aquel episodio de nuestra primera visita a Tierra luz.
            – No sé. No me pude acercar… Era una fuerza superior a mí. –me respondió.
            Por la noche dimos un paseo y volvimos pronto. Estábamos cansados. Ya en la cama, a punto de coger el sueño, Sangara me dijo;
            – ¡Velgar, está aquí Leonardo y no para de mirarme!
            – Bueno, y qué… Déjalo. –murmuré medio dormido.
            – Sí, señor. –me contestó su voz. – Es verdad, estaba admirándola y lleva usted razón. Es más bella que en el cuadro… Bueno, ahora sí que me marcho, adiós.
            – Adiós, Leonardo. –le contesté quedándome dormido al instante.


69.- La caja

69.- LA CAJA DE PANDORA A quel domingo caluroso, almorzamos en un restaurante cercano con unos familiares que no...