miércoles, 12 de abril de 2017
viernes, 17 de marzo de 2017
Muller morena
Muller morena,
De ojos oscuros,
y mirada serena.
Iris brillantes de hermosura.
Hecha para amar,
Sólo desde esa verdad,
Esa verdad de bravura,
Esa profunda verdad.
Locuaz por necesidad,
Pero nunca muller sencilla,
Pues no es ninguna chiquilla,
A la que puedas dominar.
Algo tiene en su mirar,
Que te impone doblegar,
Todos los reinos al alcance
Que tú puedas navegar.
Si algo quieres de ella,
Sus uñas dejarás hincar,
En esos lomos de hombre,
Hasta escucharla gritar,
Y darle lo que ella quiera,
De ti, hombre, y nada más.
De ojos oscuros,
y mirada serena.
Iris brillantes de hermosura.
Hecha para amar,
Sólo desde esa verdad,
Esa verdad de bravura,
Esa profunda verdad.
Locuaz por necesidad,
Pero nunca muller sencilla,
Pues no es ninguna chiquilla,
A la que puedas dominar.
Algo tiene en su mirar,
Que te impone doblegar,
Todos los reinos al alcance
Que tú puedas navegar.
Si algo quieres de ella,
Sus uñas dejarás hincar,
En esos lomos de hombre,
Hasta escucharla gritar,
Y darle lo que ella quiera,
De ti, hombre, y nada más.
miércoles, 1 de febrero de 2017
LUNA, LUNERA
¡Oh, tú, luna!
Lunera.
Luna de mis amores,
Alúmbrame los colores,
Colores de primavera.
¡Oh, tú, luna!
Lunera.
Luna de mis dolores,
Estíame los inviernos,
Arrúllame en blancas flores.
¡Oh, tú, luna!
Lunera.
Luna de mis calores,
Sofocadora de ardores,
Ardores de mis amores.
¡Oh, tú, luna!
Lunera.
Revienta mi calavera,
Alúmbrame el alma entera.
En un país multicolor
© 2014 José María Aguilar Castro
Lunera.
Luna de mis amores,
Alúmbrame los colores,
Colores de primavera.
¡Oh, tú, luna!
Lunera.
Luna de mis dolores,
Estíame los inviernos,
Arrúllame en blancas flores.
¡Oh, tú, luna!
Lunera.
Luna de mis calores,
Sofocadora de ardores,
Ardores de mis amores.
¡Oh, tú, luna!
Lunera.
Revienta mi calavera,
Alúmbrame el alma entera.
En un país multicolor
© 2014 José María Aguilar Castro
jueves, 26 de enero de 2017
El tejado de cinc
PRIMER CAPÍTULO
Andalucía,
España. Agosto, 1984.
La
banqueta sobre la cual se encontraba sentado cojeaba. Una de las
cuatro patas era más corta que las otras tres, o a lo mejor era el
piso entarimado de madera sin acuchillar, ya vencido por los años,
lo que proporcionaba ese desnivel necesario para el ligero balanceo
que facilitaba ese toque rítmico con la leve presión de la punta
del pie; calzado con boto de Valverde del camino, hecho por encargo,
a mano y herrado en la puntera. Lo tenía todo preparado. Estaba en
el antiguo cobertizo del cortijo, en la parte alta, esa que se
conocía antiguamente como soberado. Tres cerchas a la española
aguantaban el peso de un tejado de cinc, clavado sobre un entablado
que reposaba encima de unas alfarjías tan mal aserradas como las del
entarimado que formaba el piso y que cubría aguas, o al menos, esa
fue su función en tiempos ya olvidados. Colocado allí, a saber los
años, por su bisabuelo poco después de robarle las fincas a los
vencidos de la guerra que salieron huyendo para no perder la cabeza,
la herrumbre lo iba venciendo a pasos agigantados por la falta de
mantenimiento. Un cobertizo algo más moderno servía para guardar
los aperos de labranza y los cuatro tractores en la actualidad,
sirviendo el antiguo sotechado como almacén de vetustos aparejos
herrumbrosos e inservibles que se amontonaban sin orden.
Su
bisabuelo, coronel de regimiento de caballería, perteneció al bando
de los vencedores, y ya se sabe lo que les pasaba a los vencidos.
Había sido una de esas guerras lentas, sangrantes y dolorosas, de
esas en las que ves llover y solear una y otra vez; una y otra vez,
otra y otra vez hasta perder la noción del tiempo en el que vives y
hasta la razón, y por supuesto, los motivos de desorden, caos y
cobardía que la llevaron a iniciarse. Una de esas guerras, casi como
todas las guerras fratricidas, en la cual lo único que al final
recuerdas son sentimientos exponenciales de odio hacia el enemigo que
es tu hermano, aún sin saber por qué. Su bisabuelo no había sido
ni bueno ni malo, ni tonto tampoco. Amén de las quinientas hectáreas
que habían pasado a sus manos, el expolio a los vencidos le había
proporcionado una buena colección de obras de arte, sin contar el
quintal de oro en barras que el marqués guardaba en la cámara
acorazada de sus sótanos, y que cambiaron de propietario después de
pasar por las armas al marqués y beneficiarse a la marquesa. Al
susodicho marqués le flaqueo la inteligencia, lo que le llevó a
traicionar a los de su bando, siendo descubierto por otro traidor que
refugió en su finca y lo vendió como Judas a Cristo, por pocas
perras. Después de no pocas palizas, el marqués confesó su
traición. No, no se puede decir que su bisabuelo fuese ni bueno ni
malo, pero tampoco tonto. Cosas de las guerras quizá.
Lo
tenía casi todo preparado. La banqueta sobre la que estaba sentado,
con la cabeza entre las manos y apoyados los codos sobre las
rodillas, seguía produciendo ese toque rítmico en mitad del
silencio de la noche; toc-toc, toc-toc,
tocotoc. Poco antes, alumbrándose con
linterna como vil ladrón, había entrado en las caballerizas para
coger una de las maromas que colgaban de la pared, y que servían
para dar picadero a los caballos. La banqueta se la agenció de las
vaquerizas colindantes, donde doscientas vacas lecheras de buenas
ubres esperaban su ordeño ya próximo. Fue la ligera cojera, cuando
se subió a la banqueta para lanzar la cuerda y pasarla por la
tiranta de la cercha, la que lo desestabilizó y le hizo perder el
equilibrio cayendo al suelo. Lo tenía todo tan bien pensado, que no
sabía por qué seguía sentado en esa dichosa banqueta después de
levantarse de la caída y ponerla en pie, aguardando no sabía qué
con ese ritmillo agonizante en mitad de la noche; toc-toc-toc,
toc-toc, tocotoc. El ritmillo
salmodiado cambiaba conforme pasaba el tiempo. No sabía cuanto
tiempo había pasado, ni tampoco le preocupaba el tiempo puesto que
tenía decidido ponerle fin, pero ese ritmillo endiablado no lo
dejaba hacer sus propósitos. – ¡Puta
banqueta! –exclamó de repente.
Arreándole una patada y estampándola contra la ventana que se hizo
añicos, cayó fuera del cobertizo entre un estrépito de mil
diablos. Lo tenía tan bien planeado todo, salvo la puta banqueta de
dios. Había estudiado hasta la manera de hacer el nudo corredizo a
la mejor usanza de las antiguas películas del oeste; cuando ley,
justicia y verdugo se confundían y se daban de la mano sin tanto
palabreo ni papeleo. En estos tiempos modernos, ni las guerras eran
ya como antaño. Desde que descubrieron que más valía herir al
enemigo que matarlo, empezaron a hacer las balas de menor calibre, y
es que un herido pesa más que un muerto… Lo tenía todo tan bien
planeado… Había atrancado hasta la puerta, por si a algún
extraviado le daba por entrar e interferir sus propósitos. A él le
gustaba la perfección en los hechos, y ningún enviado de dios le
iba a joder en la muerte. Nunca hubiera pensado que dios le iba a
sabotear la banqueta. – ¡Saboteador!
–lanzó al viento, siguiendo el hilo
de sus pensamientos, mientras se dirigía hacia la puerta del desván.
Es tan agotador planear la muerte, sea ajena o propia. Lo tenía todo
tan bien callado y organizado que nunca se preocupó en pensar que
una banqueta de cuatro patas no guarda bien el plano de asiento. ¡Y
quien demonios metería una banqueta de cuatro patas en las
vaquerizas, si todas las demás que recordaba sólo tenían tres!
Cuando salió del cobertizo los primeros rayos del albor solar se
iban vislumbrando por el este del horizonte. Unos rayos que no
debería de estar presenciando, si la dichosa banqueta no hubiese
fallado.
Se
dirigió hacia la casa principal y en el camino se cruzó con uno de
los obreros que trabajaban en la finca, que se dirigía hacia las
vaquerizas para preparar las labores de ordeño.
-Buenos
días Don Carlos. –saludó el peón llevándose la mano al gorro
que le cubría un cabello ralo, encanecido y grasiento de miseria.
–parece que vamos a tener otro día de calor.
-Buenos
días Ambrosio. Eso parece. –le contestó alejándose sin más Don
Carlos, que se sabía de memoria el nombre de los más de cincuenta
hombres que tenía contratados en el cortijo, así como los nombres
de las doscientas vacas, empezando por la preferida de su abuelo,
Gumersinda, y no porque la conociese en vida sino porque conservaba
en madera grabada la silueta enmarcada de la tal Gumersinda con el
nombre en letras itálicas, colgada en la entrada de las vaquerizas.
Fue de las primeras Brown Swiss
que llegaron de tan lejanas latitudes, un capricho que su abuelo
compró en la feria de ganado y le dio por cruzar con el toro de
lidia para ver lo que salía. Uno de los gañanes que trabajaban por
aquellos entonces en la finca, y que era aficionado al arte del
grabado en madera con navaja de muelle, se lo regaló al patrón por
aquellos tiempos en los que se trabajaba de sol a sol por poco más
de un chusco de pan. Tiempos de esclavitud de posguerra y miserias.
Su
abuelo fue hijo único, y también sirvió en la guerra como alférez
al mando de su padre. Sus compañeros de bandera lo apodaron el
carnicero por su crueldad con el
enemigo, y no sólo conservó las fincas robadas por el coronel en su
plenitud, sino que llegó a incrementar los términos de las mismas
una vez acabada la contienda, añadiendo las vaquerizas y varias
hectáreas más, bajo amenazas y malos procederes inherentes a un
hijo de vencedor de guerra sin escrúpulos. No, no se puede decir que
el abuelo de Don Carlos fuese muy bueno que digamos, pero que más
daba ser bueno o malo por aquellos tiempos. A las hectáreas
añadidas, su abuelo que también se llamó Carlos, decían las malas
lenguas del lugar que se le aproximaban los bastardos al número del
ganado que llegó a tener. Todo el incremento patrimonial fue
adquirido bajo extorsión y amenazas, por supuesto, a excepción de
la tal Gumersinda que colgaba de dos cadenillas en la entrada de las
vaquerizas, y que a parte de ser la primera también fue la última
comprada de manera legal, y daba nombre a la finca. La finca
Gumersinda, en la actualidad de Don Carlos de Ibarra y Donoso, único
heredero del imperio Ibarra. Podría haberle puesto a la finca el
nombre de su esposa y abuela carnal de Don Carlos de Ibarra y Donoso,
el suicida fracasado por sabotaje divino, Doña Petra de Dostierras y
Sicilia, o de alguna de sus tres hijas, pero había sido un
matrimonio de conveniencias, ya se sabe, sin amor de por medio, tal y
como se estilaba por aquellos entonces entre las élites del poder
para sumar más poder, pero Don Carlos, el abuelo; si no era bueno
con la gente, tampoco lo era con la abuela, a la cual tenía
atemorizada por las palizas que solía propinarle cuando le daba por
decir esta boca es mía y ábrete, ya harta de aguantar las
infidelidades e injusticias del marido, y le puso a la finca el
nombre de su único amor en vida, el amor bestial de una vaca lechera
y suiza a más inri.
De
la unión de ese infeliz matrimonio nacieron cuatro hijos; Doña
Lucinda de Ibarra y Dostierras, la mayor, que llegó a priora del
convento de las Carmelitas descalzas, sin otra afición que el rezo
diario a dios y a su madre, pidiendo perdón por las exageradas
irreverencias de su padre, y que murió con un libro de horas en la
mano izquierda y el rosario en la derecha, mientras rezaba el décimo
de los misterios, sola y arrodillada sobre un reclinatorio de la
capilla del convento. Dicen que por un mal aire endiablado que entró
destrozando la puerta de la capilla, sin hacer más daño en el
interior que el destrozo de la susodicha puerta de roble claveteado
que pesaba lo suyo y que amaneció arrancada y revirada colgando de
sus goznes, y algunas perlas del rosario que su madre le regaló
siendo novicia y que conservaba desde entonces siempre encima. Las
perlas aparecieron hechas harina cuando lograron abrirle la mano
rompiéndole tres dedos, el pulgar y los dos colindantes. Ningún
otro daño se dio ni en la capilla ni en los alrededores. Los
comentarios de ese extraño suceso estuvieron rondando la comarca
hasta que otros sucesos no menos insignes y que más adelante quizá
recordemos le dieron paso. Decían algunos, que seguramente sería
que dios se cansó de tanto oírla pedir la redención del hijo del
coronel, y le mandó una legión de demonios que no se pararon ni a
abrir la puerta como dios manda, o quizá fuera para firmar el diablo
el hecho con su extravagancia, y dar así de qué hablar en los
contornos durante largo tiempo.
El
segundo vástago fue el padre de Don Carlos, también llamado Carlos,
único hijo varón y educado directamente por su progenitor para bien
del imperio familiar. Don Carlos, el padre, le salió rana al abuelo.
Por más que quisiese meterlo en vereda y enseñarle lo que él creía
que debía saber su hijo para ser lo que un hombre debía ser por
aquellos tiempos, no lo consiguió. Una tarde ya bastante anochecida,
Don Carlos, el abuelo, lo descubrió en el pajar desfogando su
hombría con uno de los gañanes de la finca. Del gañán nunca más
se supo. Desapareció sin más y todos callaron el hecho, seguramente
por el temor que le tenían al carnicero.
A Don Carlos lo envío al nuevo mundo, que ya no tenía nada de
nuevo, a un colegio de curas, creyendo que esa era la solución para
curarle de sus males, y allí estuvo hasta licenciarse en agronomía.
Regresó con su título debajo del brazo y el gusto adquirido hacia
los hombres de hábito de toda la escala jerárquica eclesial. Cuando
volvió a sus veinte y pocos años, le esperaba la que sería su
mujer. Una mujer de buena cuna que su padre le tenía preparada sin
poderse negar a contraer nupcias, y a la que, como es natural, no
llegó a tenerle más cariño que el de madre del único hijo que le
dio para acallar rumores. A pesar de todo, los rumores corrieron. Los
trabajadores de la finca lo sabían mejor que nadie, puesto que
soportaban el acoso con resignación, pero todos lo callaban pues aún
no habían llegado por estas tierras los tiempos de decir las cosas
como eran o como se creía que eran, aunque los rumores corrieron
imparables hasta llegar a oídos del padre que ya entrado en años
sufrió un infarto cerebral que lo dejó inservible para todo uso;
con voz de gangoso, en carrito de ruedas y la mano derecha para
echarle azúcar a las sopaipas. Las que se quedaron descansadas
fueron las sirvientas del cortijo, y ni que decir de su propia esposa
que se tomó de manera callada la revancha contra su marido,
escupiéndole en la comida cada vez que las circunstancias se lo
permitían.
De
las otras dos hijas poco hay que decir sino que la tercera en
dinastía murió a las dos semanas de nacer. Bautizada dos días
antes por el cura de la parroquia con el nombre de Ágata en honor a
santa Ágata, mártir antes que santa como mandaba la tradición en
aquellos principios cristianos, y a la que Doña Petra le tenía
especial devoción por sus orígenes coincidentes por parte de madre,
murió de muerte súbita. También corrieron rumores las malas
lenguas diciendo que la santa de especial devoción de Doña Petra se
la había llevado para que no sufriera los avatares de un vida entre
tan insigne familia. Por último, la más pequeña de los hermanos,
Teresa de Ibarra, nació rebelde a más no poder. Roja tanto de pelo
como de ideologías, contravino desde muy temprano las leyes
naturales que dictaba su padre, Don Carlos de Ibarra, el cuál, ya
cansado de la niña, a los dieciséis años de edad la mandó a
estudiar interna en un colegio de monjas del que se fugó al poco
tiempo con el profesor de inglés que le llevaba la veintena larga de
años. Más nada se supo de ella, lo que en parte fue un alivio para
el padre que no congeniaba con esa rebeldía intempestiva e innata, y
que no logró controlar ni a base de correazo limpio sobre los lomos
de la buena moza. Tampoco hizo nada por buscarla. Dicen, los que
algún arrimo le tenían, que residió durante un tiempo en un
pequeño pueblo al norte de Londres, del cual era nativo el susodicho
amante o marido, pues nunca se supo si casó con él, y ni si seguía
con vida.
Doña
Aurora Donoso de Malabrigo fue la afortunada que cargó con Don
Carlos de Ibarra, el padre invertido de Don Carlos de Ibarra y
Donoso, nuestro fracasado suicida por putada divina. Fue la que llevó
las riendas de la hacienda, una vez inutilizado el abuelo, y la que
puso a salvo gran parte de la fortuna incrementada por el
carnicero, ya que las aficiones del
marido le llevaban a dilapidar la heredad tanto en tahonas
clandestinas de juego como por los casinos más celebrados de medio
mundo. Entre eso y su gusto a los hombres, que no iba a menos sino a
más, diezmó en buena parte el patrimonio familiar, hasta que una
noche de plenilunio, Doña Aurora esperó a que llegara, y con una
serenidad tremenda rozando lo espantoso, se acercó a él y lo agarró
bien agarrado por los huevos, que a ella pocos placeres le daban que
digamos, y le dijo con ojos negros, brillantes y endemoniados:
-Piénsate bien la peseta de tu hijo que
te vayas a gastar a partir de ahora, ¡maricón!, que por éstas,
–dijo besándose los dedos en cruz,
mientras aumentaba la presión con la otra mano revirándola un poco.
–y como que me llamo Aurora Donoso de
Malabrigo, que como sigas por ese carril te rebano los huevos y
después el gaznate como a un gorrino en puertas de matadero,
cualquier noche y mientras duermas. –Oye
tú, fue mano de santo. No se sabe lo que le infundió al marido que
volvió manso como corderito al redil. Eso sí, la tendencia sexual
no llegó a corregírsela, y dos años más tarde murió de unas
venéreas mal curadas que dejaron infectados a medio cortijo y al
sacristán de la parroquia, que por lo visto también gustaba del
goce con varón.
Don
Carlos entró en la casa principal y se dirigió al bar del salón de
juegos donde se sirvió un whisky con hielo picado. Echó un par de
tragos, pensativo, mientras pasaba la mano por el suave tapiz verde
del billar francés, y con el vaso en la mano se fue hacia las
cocheras donde sobrepasaban la veintena los coches. Entre modelos de
coleccionista, también tenía algunos últimos modelos de las
mejores marcas. Se subió en el Ferrari testarrosa recién adquirido
y salió en tromba hacia el pueblo, que distaba una quincena de
kilómetros del cortijo. Iban a dar las seis, lo mismo la whiskería
estaba abierta aún, y si no lo estaba le daba igual, pues por algo
entraba en parte de la sociedad mercantil que la había fundado tres
años atrás. Con su amigo Nemesio y Manuel, era el tercer socio, un
socio capitalista que había aportado gran parte del dinero para
reformar el antiguo hotel de carretera en casa de lenocinio con algún
que otro trasfondo oscuro, eso sí, con todos los papeles en regla.
Don Carlos había ampliado sus negocios en otros sectores, ya se
sabe, para no poner todos los huevos en el mismo canasto, como se
dice. Allí empezaron sus tormentos hacía más de un año. Tormentos
de amor y odio desde el día en que conoció a Isabel, y que iba
recordando mientras conducía.
Isabel
Garmendia había aparecido por entonces por estas tierras, era de
origen Vasco-Francés, y nadie la conocía por estos lugares hasta
aquél fatídico 11 de septiembre en el que apareció por el hotel,
con su pequeña maletita rosa, preguntando por el gerente. Don Carlos
estaba en la barra, tomando una copa con unos amigos, cuando la
escuchó hablar a sus espaldas con Felipe, el barman. El acento no
era de estos contornos, y Don Carlos se giró para ver a quién
pertenecía. Apenas la vio, sintió como se le desbocaba el corazón
en su pecho. La visión de la mujer perfecta apareció ante sus ojos.
Una mujer escultural que, aparte de lo físico, emanaba algo
intangible que Don Carlos nunca había sentido en ninguna de las
mujeres que había conocido, y no podemos decir que fuesen pocas.
Isabel era de alta estatura y de pelo moreno, un moreno camaleónico
que cambiaba el tono según el ángulo en que la miraras: algunas
veces verdoso, otras rojizo y en algunas ocasiones de color
indefinible e irreal. Había algo mágico en esos reflejos de luz.
Una nariz angulosa pero perfecta, como de César, y una boca carnosa
y suculenta de adoración equilibraban un rostro ovalado y sensual.
Don Carlos la miró de arriba abajo y entrevió el corazón carmesí
flechado que tenía tatuado y que asomaba por uno de sus senos
escotados y tentadores, entre los cuales cualquier mortal perdería
la cabeza. ¡Eso sí que es una mujer! Pensó para sí. En tiempos
del catolicismo inquisitorio de seguro que hubiera sido juzgada por
tentación demoniaca y pasto de hoguera. Don Carlos quiso pero no
pudo abrir la boca, y se limitó a verla dirigirse hacia el despacho
de Nemesio, que era el gerente, bajo indicación de Felipe. Cuando
desapareció por el corredor no recordaba ni de lo que estaba
hablando anteriormente con sus amigos.
Isabel era especial. Mujer de la vida por vocación y devoción,
estaba instruida y hablaba a la perfección cinco idiomas, aparte de
ser licenciada por Oxford en historia del arte. Era una puta de
postín y algo más.
lunes, 9 de enero de 2017
HELENIA
HELENIA
Aquello fue otra
historia
Que ya nadie
podía creer.
Otra historia que
empezó
Por el amor de una mujer.
Helenia tenía
por nombre
En aquel
acontecer.
Era reina de su
rey
Y enamorada a la
vez,
De otro príncipe
más joven
Y de muy buen parecer.
La Reina con ese
príncipe
De su Rey se
evadió,
Iniciando una
contienda
De la que nadie libró.
Sólo un rey
podía dar
La victoria a su
Rey,
Era hijo de Dios
padre
Con nombre antiguo esta vez.
Fue larga la
travesía,
A la contienda él
llegó,
Y del fragor de
la batalla,
Por injurio se
alejó.
No admitía los
engaños,
Y a su Rey no secundó.
Contratiempo al
protegido,
La ira le anegó.
Más nadie podía
ganar
La batalla sin cuartel.
A una vida
apacible,
Por la gloria
decidió,
Aún sabiendo que
por esto
Mal final proporcionó.
Hoy ya nadie se
recuerda,
Que por sólo una
mujer,
Un mundo se vino
abajo,
Y otro empezó a
nacer?
sábado, 7 de enero de 2017
café-bar 24,5h a piñón fijo.
CAPÍTULO 26,5
Dentro
de la cueva del Carita, y no precisamente Babá como el del cuento de
la extraordinaria Schahrazada.
- Os habéis dado cuenta de lo que tiene el mono mielda este aquí metío. -soltó extasiado Cárcamex, el primero en entrar dentro de la cueva, a los otros.
- Ostia tú¡¡¡ -exclamó Lupianex. -Así decía el chino ese que nos informó antes de venir, que en el bar hasta la barra para apoyar los pies era de oro puro.
- De donde sacarán todo esto, si por aquí no hay nada más que pedrolos? -replicó Pepinex, el que convenció a los otros dos de entrar en la cueva. -Y aquello que hay allí qué es? Pues si parece el corte de las ingles de mi pueblo, pero sólo con bebidas. Vamos pallá¡¡ -exclamó entusiasmado.
Los
tres reporteros se encaminaron al fondo de la sala, donde estaba el
super de libre servicio repleto de botellas de todas clases, y
pasando de los montones de oro y diamantes que estaban a la entrada
de la cueva tirados de mala manera para camuflar lo que de verdad le
importaba al muy borrachuzo del Carita de azucena, se pusieron a
recorrerlo de punta a punta. El muy mamón del Carita tenía toda la
pared del fondo de la cueva repleta de botellas de Absenta hasta el
techo. Los tres se pusieron a descorchar botellas de todo tipo y se
pillaron un jumerón de mil pares de güebos, sin percatarse de que
el Carita los estaba mirando con el camello de los reyes agarráo de
las barbas y con una cara de mono con malaleche que ni el gachón ese
de Marbella les ponía a sus colegas, poco antes que lo pillaran con
las manos en la saca, hubiera tenido cjones de ponerles.
Popolino,
el siguiente capítulo lo vas a escribir tú, que yo no escribo más
ná hasta que el cherif no me devuelva la maquina de café expreso
que me fundieron los kaguasaki esos huebones, cjnes ya, que ya estoy
harto, que tengo la mano como el Scwarzenegger ese, cuando hizo la
peli de los tíos esos metálicos que venían del futuro pá no sé
que cño y que los tenía a tós embobáos.
FIN
DEL CAPÍTULO 26,5
24,5h a piñón fijo
CAPITULO 25,5
A las 23,55 h dentro del
24,5h.
- uanchinchin huuu chinchon chinchon. -más o menos.
- Chinchuandon, hihon. -más menos que más. (A ver quién tiene cjnes de escribirlo mejor).
Traducido en humano del
lenguaje de los monos:
- Daos prisa que ya está a punto de llegar el cherif y nos va a pillar. -dijo Carita de azu a los demás.
- Pues si te pilla que te jdan, que tú eres el que la ha líado. -le contestó Napolina detrás del mostrador, mientras le ponía una botella de chinchón a uno de los chinos aquellos.
- Pues como me pille a mí, te vas a enterar tú de lo que es bueno. -Le contestó el Carita a la Napoli más rojo que un bombillo de incandescencia. El cbron no paraba de meterse las gominolas que le robó a Martinex del bolsillo de la chaqueta, mientras le pegaba sorbos de cuarto litro a la botella de Cardhu.
- Sunchochon,chichuchi. -le dijo Napoli a su prima Empetri.
- Cunchinchonchi chaochin. -le contestó la Empetri.
Leches, se me había
olvidao que ustedes no sabéis el monolingu, su lenguaje. Bueno, más
o menos quiere decir esto: - Empetri, deja ya de comerte el
salchichón del Napias y no te muevas del televisor que va a venir el
cherif ya mismo. -A lo que la Empetri le contestó. -Joer, ahora que
tengo que estar media hora sin zampar porque venga el mamonazo ese.
- Bueno, yo me voy, que tengo que esconder el camello antes de que llegue el cherif. -les dijo Carita de azucena a los demás. Y agarrando el camello que le había chorizáo a uno de los reyes de almagro, por el pescuezo y que había escondido el muy mamón dentro del jacusi que habían pintado en el techo del vater, salió del 24,5h en dirección a la cueva donde metía todo lo que caía en sus manos, el muy mafioso.¡¡Cño ya no escrIbo más hasta que el mamonazo del cherif no me vuelva a poner la calefacción centrá, cjnes, que tengo las bolas como dos canicas.FIN DEL CAPÍTULO 25,5
24,5h a piñón fijo. Cap. nº 24,5
CAPÍTULO 24,5
- Pepìnex, has visto lo que lleva el mono ese en las manos.
- Sí que lo he visto.
- Yo también lo he visto, Lupianex, vamos a seguirlo a ver a donde va. Os venís vosotros dos?
- Dejaros de pegos, que tenemos que hacerle la entrevista al cherif. -soltó Martinex.
- Vete tú para allá, que nosotros vamos a seguir al bicho ese, que va cargáo de botellas de Cardhu. Ahora nos vemos allí en el convento ese de los cjones que nos han dicho. -contestó Cárcamex, el tercer reportero de los cuatro enviados especiales a la cara oculta del Sagarmāthā.
Y así, nuestros tres
reporteros siguieron al mono de los cjnes, que no era otro que el
mamón de Carita de azucena.
Lo siguieron por un
sendero escarpado, hasta llegar a la entrada de una cueva. La cueva
estaba semioculta por unos ramajes colocados de mala manera para que
no se viera su interior. Los tres reporteros esperaron escondidos
detrás de una rocas hasta que vieron salir al mono.
- Vamos a entrar a ver que demonios hay ahí. -soltó Pepinex.
- No volverá el mono ese de los ojos saltones? A ver si nos pilla ahí dentro y nos da un mal rato. Se le veía cara de pocos amigos. -contestó Lupianex.
- Que va, ese no vuelve. Es sólo ver lo que hay ahí dentro y nos largamos. Nos están esperando en el 24,5h para hacerle el reportaje ese que nos han encargado, por un vistacillo no nos va a pasar nada.
Así dicho y así hecho.
Los tres reporteros entraron a la cueva, y una luz tenue alumbraba la
susodicha por un tragaluz en el techo de roca viva. Cuando vieron lo
que tenía allí metido el mamón del Carita de azucena, no se lo
podían creer. Ni la cueva de los cuarenta ladrones del Alí ese del
cuento tenía nada que ver con aquello.
FIN DEL CAPITULO 24,5
jueves, 5 de enero de 2017
Café-Bar 24,5h a piñón fijo
“Ganadora de 30 premios Ommmi, sobre
un total de dos candidaturas (el candidato del bar de enfrente
desapareció misteriosamente), se ha convertido en un fenómeno
mundial sin precedentes (según la güiskipedia), vamos ni Cheers con
el Sam Malon tiene nada que ver por lo visto con el Cherif del
24,5h., según nos ha contado Martinex, el único reportero que ha
logrado volver de la misión. Los otros tres reporteros que se
envíaron al Tibet por lo visto han desaparecido. Dice Martinex que
se les apareció un monillo pequeño con los ojos saltones y una caja
llena de botellas de Cardhu y despistó a sus tres compañeros a
mitad de camino. Según nos ha contado Martinex, su suerte ha sido
ser alcólico anónimo y haberse tomado la pastilla de patabón por
la mañana, que sino también hubiera caído. Por cierto, dice que
esta mañana, cuando echó mano a ella, no encontraba la caja, que si
alguien se la encuentra que por favor se la envíe a la siguiente
dirección: (C/ del espantocontinuo, nº 23. Santa Fé de los
misterios) que las necesita urgentemente, no vaya a recaer otra ves
en el bebercio.
Según el enviado especial que ha
logrado llegar hasta la cara oculta del Sagarmāthā (‘La frente
del cielo’, desde donde se retransmite la serie, un culebrón
televisivo de gran altura), ni J. Bond lo hubiera logrado ni con la
licencia para matar en el bolsillo. Por lo visto, en la puerta del
bar había cuatro monjes con cachiporras, de esos llamados Chaolines,
que a todo el que se acercaba sin invitación lo molían a palos”.
En los estudios del juanchintonpost a
la llegada de Martinex, el único reportero que logró volver. De los
otros tres aún no sabemos nada.
- No pegaban saltos ni ná los bichos, -dijo Martinex a Purpurina, nuestra redactora jefe.
- Eran cuatro pero parecía que había ciento y la madre cuando se acercaba algún chino que no estaba invitado por el Cherif.
- Y qué pasó. -le preguntó Purpurina intrigada.
- Pues ná que aquello parecía un zoologico. Había más monos que en la selva. Había una mona gorda encima un televisor que ni la Belen esteban creo que tuviese cojones de superar. Cómo zampaba la mona, parecía que no habia comido en su vida, tú. Con un cajón de langostas al lado y la tía pegando berríos pa que le llevaran más salchichón. Por lo visto me dijo después el cherif que tenían un salchichón esquisito, que si quería un poco se lo pidiera a la camarera, y la verdad es que cuando lo probé estaba riquísimo. Tengo que averiguar de que tienda lo compra.
- Y que pasó después? -volvió a preguntar Purpurina cada vez más intrigada.
- Que el cherif se largó diciendo que ya había echado la media hora de trabajo y tenía más cosas que hacer, que hubiera llegado antes porque me había estado esperando otra media hora y que ya nos llegaría la factura por el tiempo que le habíamos hecho perder. Se le veía una cara de mala leche que ni me atreví a abrir la boca, tú. Le mandó a una mona vestía de azul que me llevara a hablar con el encargado de escribir los cuentos y se largó con otro mono con telefono al lado que no paraba de llamar. Mira, yo no he visto a una mona más fea en mi vida, y la cosa es que tendría su sex appeal con aquella gente, porque los tenía a tós embobaós. Había uno tiráo en el suelo, debajo de un barril de vino y agarráo a una pata jamón, que tenía unas barbas de por lo menos cinco días.
- Y cómo se llamaba el cuentista ese que dices. -preguntó Purpurina con la boca abierta.
- No sé, no me acuerdo del nombre, pero ese estaba peor que el cherif. Allí parecia que estaban tós cabreados. Desde luego que con tanto mono alrededor no es para menos.
- Qué le pasaba a ese. -preguntó Purpurina con los ojos desorbitados.
- ¿A ese? Mira, tenía un pellizón puesto encima, de pelos de cabra y no paraba de decirle a un gremlin que tenía al lado liando cigarrillos de no sé que planta que había por allí, que si se creía el mamón que le había robáo los lápices que así no iba a escribir que la llevaba clara, que él estaba adiestráo para escribir hasta rayando las paredes con los cuernos si hacía falta. Y no sé la que me traía con los chinos el gachón, de que le habían matáo no sé cuantos monjes de esos que había allí en la puerta con garrotas y que encima habían echado al Gran jefe de las montañas y que como se enterara de quién había sido, se iba a cagar las patas abajo. El gachón no paraba de beber café. Cada media hora le llevaba la mona un termo que parecía un barril, encima de un carrillo mano. Yo no sé como aguantaba el mamón. Después me dijo el mono del teléfono que no le echara ni cuentas, que llevaba así desde que se hicieron las montañas aquellas. Yo me quedé flipáo y le pregunté al mono, pero me dijo que no me podía decir más nada porque sino no saldría de allí y me tendría que quedar encerrado con los tíos de las garrotas. Así que me callé y seguí al mono del teléfono, que no paraba de llamar, hasta las puertas de aquél monasterio, porque el bar estaba dentro de un monasterio de esos que hay por allí con calvos vestidos de rojo.
- Qué más pasó. -preguntó Purpurina.
- Pues ya está. Llegó el helicóptero y me vine para acá.
- Bueno pues redáctale el informe al cherif, que para eso nos ha pagado una buena pasta, y se lo envías. Por lo visto quiere abrir más sucursales por allí en las otras montañas de los alrededores para que los chinos aquellos no tengan que andar tanto para llegar al 24,5h. Él sabrá lo que hace, porque por lo que me has contado yo por allí no voy ni aunque me paguen.
Informe envíado al
cherif, por el juanchintonpost
“Ven al café-bar
24,5 h.”
“Lugar encantador donde
los haya para iniciar un viaje de aventuras. Buenas vistas, aire sano
y limpio, y servicio excelente. Eficacia, pulcritud y atención
esmerada al público”.
Sólo con reserva.
Abstenerse gente indecorosa.
Reservas en
Amason.comolangostaymascosas.
(Preguntar por el
secretario; Don Francisco el sabio)
martes, 3 de enero de 2017
LECTOR
VERSUS ESCRITOR
EL
LECTOR
Ayer
estuve todo el día leyendo. Leí de todo y de todos. Comprendí
ciertas cosas que tengo que ordenar hoy. Me gustó algo de Bukowski,
pero sólo algo. También me gustó Fante, pero no llegué a leerlo.
Me metí en los anónimos, aquellos que escriben sin querer dar la
cara, y leí desde diccionarios de medicina hasta normas de
lingüística. Me introduje en la mente anárquica de Chomsky y
comprendí ciertas cosas. Me dediqué a leer las leyes herméticas de
los discípulos del dios Hermes, y comprendí los mecanismos del
poder al filo de lo imposible. Leí algo de Freud, y percibí la
necesidad que su Yo tenía de evadirse con las drogas para poder
comprender su mente y la de los demás. Leí recetas de cocina,
novelas, cartas insinuantes del siglo de las luces francesas entre
barones y duquesas a las que definí como verduleo
clásico de alto standing. Comprendí las maravillas de los cuentos
de las mil y una noches de la extraordinaria Schahrazada.
Me reí con los treinta palos que le prometió un maestro búdico a
su alumno, le contestara o no a su pregunta. Me adentré en novelas
de ciencia ficción y de realismo mágico de Isabel Allende, fruto de
la inspiración de Márquez, y me di cuenta que no me gusta la
ciencia ficción como antes me solía gustar. Comprendí el arte de
la guerra de los mayores generales que han pasado por la historia y
cuyo objetivo fue dominar el mundo por la fuerza, y me acosté y me
volví a levantar para seguir leyendo.
Por
fin, me di cuenta de la locura que transmiten la mayoría de los
escritos a quienes los leen sin precaución de análisis… Hoy, toca
escribir.
EL
ESCRITOR
Escribir
es acompasar el pensamiento a lo escrito. En condiciones normales
tenemos un estado de pensamiento con una velocidad diferente al
lenguaje hablado o escrito. Nuestro pensamiento suele fluir de manera
más veloz a nuestra lengua y por supuesto a nuestra escritura.
Muchas veces he pensado y dicho, o he pensado y escrito, que si
pudiese transferir de manera escrita todo mi pensamiento necesitaría
una cantidad ingente de papel; bosques y bosques tendrían que talar
para ello, y si al estado consciente le sumo el inconsciente y los
sueños que a veces recuerdo con el mal dormir, ya ni te digo. Luego,
el acompasar el pensamiento a la escritura es ralentizar el fluir
normal de nuestra mente y sintetizar las ideas para caligrafiarlas a
nuestra velocidad de escritura. Ni que decir que un dactilógrafo del
congreso lo deja escrito a velocidad verbal, que es la forma normal
que tenemos de comunicarnos, y por eso vemos que se cambian cada
cierto tiempo, ya cansados de tanto teclear. Un ejemplo claro y
conciso para que se entienda todo esto, es que esta mañana mientras
me despertaba estaba pensando en escribir un artículo para La
Corredera,
y no sólo eso, sino que pensaba lo que iba a dejar escrito, cosa que
no he podido hacer puesto que mi pensamiento fluía de unas ideas a
otras. Se me ocurrió hasta el título de ese artículo, pero si me
hubiese parado a escribirlo mi mente no hubiera fluido y no podría
dejar escrito lo que estoy escribiendo ahora. Si ahora mismo paro de
escribir nunca podré dejar escrito todo lo que atraviese por mi
mente si no tengo las herramientas para ello, y tendré que tirar de
recuerdos, frenando el normal fluir de mi mente y reproduciendo
equívocos que nada tienen que ver con mis pensamientos presentes,
puesto que ya estarían pasados de tiempo.
No
es mejor orador aquél que no para de hablar, sino el que sabe
mantener los silencios precisos hasta ordenar sus ideas en la mente
de los oyentes. Mientras escribo sólo pienso en lo que escribo y mi
pensamiento no fluye a velocidad normal, es decir, tengo ralentizado
mi pensamiento a la velocidad del tecleo de las letras sobre el
teclado. Estoy concentrado en ese acto… Ahora mismo, después de
haber tenido una parada escribanística para hacer otros menesteres
como servirme una taza de café y demás, (iba a poner escritorial
pero no existe, como tampoco escriturística ni escribanística, que
es la que he dejado aunque tampoco exista, pero me da igual), mi
mente ha seguido un sendero paralelo que no dejo escrito, por
supuesto, ya que es privado e irreproducible. En ese lapsus, en el
tiempo de servirme un café y hacer otros menesteres mecánicos e
irreflexivos, si fuese un dios, me habría dado tiempo a crear un
mundo nuevo. Por supuesto que dios no creó el mundo en seis días y
al séptimo descansó, descansó los seis días y en uno lo dejó
toda hecho. Para dios no existe el tiempo, eso es un invento nuestro
para poder colocar la fecha de nuestra muerte sobre nuestras lápidas.
Puede
que a dios lo tengamos desde hace tiempo en riesgo de exclusión
social, y por eso dios nos tiene más apretados que las sardinas
enlatadas ¿Quién sabe? Todo efecto tiene su causa, y viceversa.
La
idea es al pensamiento, casi
como la lengua a la palabra. Sin lengua no hay palabra, y esto lo
sabían muy bien los bárbaros que las cortaban, y sin pensamiento no
hay idea. Esto último lo sabían también muy bien los primitivos
siquiatras partidarios de los electroshocks como terapia. El “casi”
está en que la lengua se encuentra físicamente localizada, mientras
que la idea no tiene materia, aunque se pueda materializar con
perseverancia. Pues bien, el todo a la nada, es como dios a la nada,
o como decir que dios no es nada. Si dios no es nada, nadie es dios.
Y es que dios nunca ha pretendido ser ni más ni menos que nadie; ni
más rico, ni más pobre; ni más listo, ni más tonto; ni más dios,
ni más ni-dios. Más que nada porque no tenía con quién compararse
y nos creó por acto de aburrimiento. Concluyendo, dios está en el
punto cero, donde no hace ni frío ni calor, donde se es y no se es.
Por supuesto, con todo esto que estoy relatando yo no pienso en si
dios existe o no existe, ni entro en las polémicas humano-teológicas
de estudiantes y estudiosos sobre esa relatividad. Nunca perdería mi
tiempo ni mis energías en esos menesteres que tienen ocupados a casi
todos sobre cosas intangibles aún inalcanzables mediante método
científico. Yo, si perdiese mi tiempo y mis energías, sería en
lograr localizar a dios en tiempo y forma, mediante método mágico,
para echarme unas copas y unas risas con él… Mañana, toca
descansar.
José
María Aguilar Castro
artículo publicado en la revista "La Corredera" (oct/16)
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